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VICKY CRISTINA BARCELONA

España, 2008



Dirigida por Woody Allen, con Rebecca Hall, Scarlett Johansson, Javier Bardem, Penélope Cruz, Chris Messina, Patricia Clarkson, Kevin Dunn, Julio Perillán, Juan Quesada, Christohper Evan Welch.



Vicky Cristina Barcelona es la película número 39 de Woody Allen (no es la última porque ya terminó Whatever Works en USA y tiene en proyecto una nueva a filmar en Paris). Ante semejante trayectoria y fama dispénsenme de hablar de la filmografía alleniana y de su supuesta declinación artística. Luego de su incursión en Inglaterra (Match Point, Scoop, El sueño de Cassandra), la municipalidad de Cataluña le ofreció financiamiento y locaciones y el director más psicoanalizado de todos los tiempos trasladó su mundo a las tierras de Gaudí y Miró.

Dos amigas estadounidenses, muy diferentes entre si, se van de vacaciones por primera vez a Barcelona. Vicky (Rebeca Hall, una admirable revelación) está terminando su tesis sobre Arte y el tema es la “identidad catalana”; está de novia y a punto de casarse. Organizada, reflexiva y esquemática, es la antitesis de Cristina (la nueva musa Scarlett Johansson), artista siempre en búsqueda de algo que no sabe qué es y que jamás encuentra, pero que la vuelve más arriesgada, romántica e insatisfecha, en todos los órdenes de la vida. Cuando por puro azar del destino conozcan en una muestra de arte a un pintor español, sus vidas cambiarán. Juan Antonio (un cómodo Javier Bardem) es el típico galán irresistible y donjuanesco latino que arrastra un amour fou de esos que no se pueden terminar con María Elena (Penélope Cruz en una actuación italianísima, pura fogosidad y magnetismo), también pintora, una mujer apasionada y de armas tomar.

Con semejante cuarteto Allen construirá una comedia de verano, fresca, light en su superficie, pero que en lo profundo guarda agudas reflexiones sobre el amor, la fidelidad, las relaciones humanas, las vidas vividas en pérdida. Como quien sabe que lo profundo sienta mejor con la sutileza de un vientecillo estival en el mejor estilo de Rohmer, pero que en cualquier momento se vuelve un huracán de locura en el mejor estilo de Almodóvar.

Como es común, varios personajes (sobre todo los americanos) se vuelven Woody en diferentes momentos de la acción. Hablan exagerando la sorpresa y con el ingenio psi al que ya estamos acostumbrados, se mueven con la gracia de quien no quiere exponerse demasiado y siempre queda en el centro de la escena. Pero esta vez la mímesis no se impone y la historia queda por delante.

Quizá la elección de la voz en off, que una y otra vez puntúa las secuencias, pueda molestar si se la toma como una prueba de poca fe en la imagen, pero es que además de completar velozmente lo que se muestra (reconozcamos que la subestimación del espectador medio de hoy en día no está del todo lejos de la realidad) también resulta un juego de espejos, poniendo en evidencia la contradicción entre lo que se dice y lo que se ve. Y exponiendo la ironía amarga de las decisiones finales.

Veremos que los personajes irán cambiando a medida que se interrelacionen, de una u otra forma, con la pareja nativa (exponiendo de paso el puritanismo y provincialismo yanqui en contraste con el pensamiento liberal y trágico del europeo), pero a la larga –y de ahí la negrura, ya que no misantropía, de la realidad planteada– todos volverán a lo de antes. Claro que la diferencia estribará, ahora, en que cada uno ya conoció lo imposible y eligió lo mismo de siempre. Esa amargura que va tiñendo el final es marca registrada de Allen.

Si en su producción en tierra inglesa parecía haber adoptado aquel espacio como natural y conocido, volviéndolo muy funcional, en Barcelona y Oviedo parece imponerse la mirada turística. Pero el guión se lo permite, por lo cual no suena forzado ni fuera de lugar; vehiculiza, incluso, un trabajo sobre los clisés. Y el tono con que el sol tiñe los colores ayuda a vestir una película que además se adueña de las noches estrelladas y de los sonidos de guitarra (tal vez, eso sí, demasiado andaluza). Y cierto calor mediterráneo hace que el film se torne extrañamente sanguíneo al lado de cualquier otro título del director.

¡Ah! Si Ud. espera el mentado ménage a trois, o el momento tan promocionado comercialmente de las protagonistas labio a labio, va a salir decepcionado. Vicky Cristina Barcelona no es un beso entre dos bellas actrices; es una de Woody Allen.

Javier Luzi      

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