The
Joy Of Life
(Estados Unidos, 2005.
Dirigida por Jenni Olson). Varias proezas en una logra la estadounidense
Jenni Olson: un documental de 65 minutos dividido en tres secciones
temáticas pero atravesado por una concepción
formal absolutamente unitaria; un contrapunto inusualmente cadencioso, bello y sobrio entre lo que
se escucha y lo que se ve; una mirada aguda, sabia, valiente, capaz de
combinar –entre otras cosas– la poesía con la casuística.
Todo lo que se escucha
es la voz en off de la actriz Harriet Dodge, pero se impone y suena como la de la realizadora, así que diremos que es la voz de Jenni. Y Jenni habla con propiedad. Lesbiana ella, sobre
el
principio desgrana su pena de amor por una muchacha. Y uno se involucra, se
interesa, porque siente que Jenni, además de sufrir, ama. Y siente
que ama porque suena brutalmente, raramente sincera: habla de su soledad sin
relativizarla, evoca los encuentros con aquella chica sin callarse ciertos
detalles carnales que no sólo hacen a la cosa sino que asombran al completar
un panorama que, siendo lésbico, encaja perfectamente con las generales de
un drama amoroso convencional (heterosexual). También pone su lesbianismo
sobre la mesa y lo asocia –sin llegar a atribuirlo– a su auto-odio y sus
resistencias a ser mujer. Luego se interna, y a nosotros, en un inesperado
encadenamiento de razonamientos, intuiciones y digresiones a partir de datos
muy precisos (y extrañísimos) sobre la gestación de cierto film de Frank Capra (Meet John Doe,
1941), lo que le da
pie para teorizar, con naturalidad y solvencia, sobre los finales
cinematográficos. En el último tramo se mete de lleno con el Golden Gate, el
puente colgante que es mundialmente famoso, y virtualmente un icono, un
equivalente, casi un sustituto, de San Francisco. Claro que Jenni no va a
hablarnos de la postal, sino del dato secreto, relevante y misterioso que
lleva inscripto en el dorso: el Golden Gate es uno de los dos puntos
terráqueos más escogidos por las personas que deciden suicidarse arrojándose
al vacío. Nótese que aún no me he referido a las imágenes, lo haré después;
lo que comienza aquí, a nivel sonoro, es un completo y documentado análisis.
No es un frío análisis –nada más lejos– pero echa mano de datos fríos (1300
suicidas –1274 exitosos, 26 sobrevivientes–, 70 metros de caída libre, 120
km/h de velocidad al impactar el cuerpo contra el agua, etc.), y los combina
con otros que no podrían ser (políticamente, para empezar) más calientes: el
conteo oficial de muertos cesó en 1995, cuando la cuenta se acercaba
a la peligrosa, ¡por icónica!, cifra del millar; una y otra vez diversos
foros han propuesto alternativas para una elevación de las barandas que
impediría los saltos mortales (salvando vidas, porque muchos suicidas
frustrados no reinciden en el intento), pero han sido rechazados por
la Autoridad en nombre de la conservación a rajatablas de la línea
estética del Golden Gate...
Las cuerdas vocales de Harriet Dodge proveen a Jenni de una voz en off
serena, clara, y para los que nos las rebuscamos con el
inglés fue una delicia esquivar la lectura de subtítulos (que como suele
ocurrir en los festivales, son electrónicos y aparecen al pie de la
pantalla, sin invadir el encuadre) para dejarnos acunar por esos sonidos y
esas imágenes. Ahora sí, las imágenes. Todas ellas, como el Golden Gate,
corresponden a la ciudad de San Francisco (casas bajas, callejones
suburbanos, algún comercio; espacios distantes y más o menos grises). Pero a diferencia del puente, no
son icónicas ni "representativas" de la ciudad. Tienen mucho de fotográfícas esas
imágenes: la composición bella y cuidada, la quietud invariable de la cámara
que parecería congelarlas, la inmovilidad de casi todos los elementos del
encuadre. Pero sutilísimos detalles (un pájaro surcando el cielo, cierto
árbol mecido por el viento en la lontananza, un automóvil aun más lejos) nos
hacen saber que son imágenes en movimiento, y entonces la idea de
quietud se resignifica... y se agiganta. También la sensación de vacío:
cuadros vacíos, precisamente, se denomina a aquellos que no exhiben elemento
humano. Y todos, absolutamente todos los planos de The Joy Of Life
carecen de elemento humano. ¿Hace falta señalar la conexión poética entre
esta ausencia y las otras? Claro, esta es también la ausencia de los
suicidas del Golden Gate; la de la chica amada. Las imágenes de Jenni Olson,
definitivamente, son icónicas de Jenni Olson; en la ocasión, y muy
especialmente, de sus pérdidas (sépase que también del Golden Gate se arrojó su
colaborador y amigo íntimo Mark Finch). ¿Y el Golden Gate? También es de
ella al fin porque, en cuanto cuerpo-estético-criminal, ha sido fagocitado (absorbido, digerido, transformado) por el arte. Por
su arte. Guillermo Ravaschino
Black Sun
(Sol
negro. Inglaterra, 2005. Dirigida por Gary Tarn).
Sin duda alguna, las mejores
secciones de este Festival me pareció que han sido Heterodoxia y ésta,
Ventana Documental. Los documentales que hemos visto reflejan una variedad
de temáticas y de aproximaciones muy valiosa, y entre ellos se destaca
Black Sun, del músico y cineasta inglés Gary Tarn. El film tiene dos
protagonistas: uno es Hugues de Montalembert, un pintor francés residente en
Nueva York que treinta años atrás sufrió el ataque de unos asaltantes que lo
dejaron ciego. Decidido a rehabilitarse y preservar su independencia, el
hombre se negó a perder la visión, creando una visión interna propia, ya que
considera que la misma es de carácter subjetivo. “La visión no es una
percepción sino una creación”, es una de las inteligentes frases del film,
que cuenta con una única voz: la de este hombre relatando su evolución en la
ceguera. Se dedicó a viajar por todo el mundo, escribiendo libros sobre sus
particulares experiencias e imágenes mentales.
El otro
protagonista del film son las imágenes que ha concebido Tarn para acompañar
esta historia de un ciego y sus reflexiones
sobre la visión. Presente al terminar la proyección del film, el director
explicó su gestación, y su búsqueda para plantear en imágenes
cinematográficas ese mundo interno. Tarn trabaja con múltiples registros:
imágenes experimentales, abstracción, fuera de foco y filmaciones de
distintas zonas del mundo, que emulan o acompañan las experiencias que narra
Montalembert. El tercer protagonista es la música, ya que Tarn compuso al
mismo tiempo y con igual intención la exquisita banda incidental que hace de
este bellísimo film una auténtica experiencia meditativa. Josefina
Sartora
Paralelo 10
(España, 2005. Dirigida por
Andrés Luque) y Salve Melilla (España, 2006. Dirigida por Oscar
Pérez). Este Festival abundó en películas “raras” o diferentes de lo que se
acostumbra estrenar en nuestro medio: películas no narrativas muy bellas
como Ten Skies, que causó huídas en masa de espectadores no avisados,
algunas cuasi experimentales como la interesante Ox Hide, narraciones
muy poco convencionales como So Much Rice. Otra de las rarezas fueron
estos dos documentales españoles de mediometraje que se proyectaron juntos.
Pertenecientes a la nueva escuela de documentalistas española –aunque Duque
nació en Venezuela–, ambos filman dos personajes interesantes, ambiguos,
sugerentes, dedicados a la puesta en ceremonia de sus creencias. La
protagonista de Paralelo 10 es una filipina que cada tarde ocupa una
determinada esquina de Barcelona, donde ejecuta un ritual o ceremonia cuyo
significado será mantenido en secreto, pues la mujer no habla con nadie. Los
gestos y movimientos de su delicada coreografía se relacionan con el secreto
de la vida que ella manifiesta conocer y con las secretas conexiones que
subyacen en todo lo existente. Por su parte, la estrella de Salve Melilla
es un locutor de la televisión de esa ciudad española del norte de Africa,
que dedica su trabajo y esfuerzo a salvaguardar la tradición de la Semana
Santa, con una actitud, creencias y lenguaje que parecen de épocas ya
pasadas. Una cámara objetiva revela los vínculos entre militares, política y
religión en un acercamiento que aquí en Mar del Plata provocó la hilaridad
de los espectadores, para quienes semejante devoción y fanatismo del
personaje resultaban demasiado lejanos. Ambos documentales están filmados
con riguroso respeto hacia esos personajes aparentemente marginales, en un
registro sin juicios, que deja abierta la puerta a las reflexiones de la
platea. Josefina Sartora
El
perro negro - historias de la Guerra Civil española
(Holanda, 2005. Dirigida por
Péter
Forgács). Una
interesante curiosidad, este montaje de películas caseras filmadas antes y
durante la Guerra Civil española. El documentalista húngaro Péter Forgács
elige el tono íntimo para narrar parte de esta historia de España,
focalizando en dos personajes reales, de distinta extracción social y
política –un industrial catalán y un estudiante de izquierdas que se las
ingenió para filmar aun en prisión–, con cuyas cintas realizó este film.
Procurando evitar el encasillamiento fácil, a través de ambas historias se
destaca la complejidad del conflicto entre la República y los rebeldes, y el
tono personal permite apreciar los antecedentes y el marco social en que se
desarrolló el enfrentamiento. Pero Forgács no sólo utiliza esas películas
sino que agrega otras tomas, y queda flotando la sospecha de que incluso
incorpora material actual, avejentado digitalmente. Aún no he podido
confirmarlo. En cualquier caso, su documental tiene una fuerza histórica y
visual notable. Josefina Sartora
East Of Paradise
(Francia-Estados Unidos, 2005. Dirigida por Lech Kowalski). Una película que
empieza con reglas definidas y las reelabora a mitad de camino. Empieza
siendo un documental relativamente convencional sobre la vida trágica de la
madre del director, una polaca que sufrió las mil y una durante la era
comunista. Muchas veces, cuando alguien nos cuenta la historia de su
vida, empezamos escuchando algo distraídos, mirando alternadamente a quien
nos cuenta la historia y a las cosas a nuestro alrededor. Miramos el piso,
las paredes, miramos por las ventanas. Después, si la historia nos atrapa,
miramos al interlocutor atentamente y no nos distraemos con nada. La primera
parte de East Of Paradise reproduce formalmente este proceder:
primero alterna planos de la entrevistada con imágenes de la pared, el piso
y la ventana y, paulatinamente, se va concentrando más y más –hasta hacerlo
con exclusividad– en la entrevistada. Especialmente en sus ojos y
expresiones faciales. Un procedimiento sutilmente interesante. Al promediar,
el film cambia radicalmente. Se convierte en un documental reflexivo, a la
manera de Los rubios (Albertina Carri), un documental sobre la
imposibilidad de hacer un documental: el eje cambia completamente de la
madre del director al director mismo. Su vida en Nueva York, su adicción a
la heroína, su vida como lumpen. Hay imágenes de los Sex Pistols y hasta una
muerte en cámara. Un cambio radical de reglas. De la sutileza implosiva al
desenfreno explosivo. Exceptuando una voz en off que achica la película
(porque explicita la relación entre la primera y la segunda parte del
documental, acotando la libertad del espectador), todo me gustó bastante.
Ezequiel Schmoller
Nota
central
|
Competencia
|
Heterodoxia
|
P. de Vista
|
Lo
Oscuro
|
Otras
|
Premios |